Sí, ya sé. La estética importa. Y no, esto no es una cruzada en contra del diseño bonito. El punto es otro: la estética por sí sola no sostiene una marca. Puedes tener el logo más elegante, una paleta de colores soñada, tipografías que gritan “sofisticación”… y aún así, no generar conexión.
Porque lo visual no reemplaza lo esencial. Solo lo enmarca.
Y cuando el diseño intenta sustituir el propósito, lo único que genera es una ilusión costosa. Una fachada perfectamente maquillada que, si no tiene sustancia detrás, se cae a la primera interacción.
No se trata de despreciar lo estético. Al contrario: cuando se utiliza con intención, el diseño puede amplificar una marca, hacerla más accesible, más emocional, más clara.
Pero eso solo ocurre cuando el diseño es una consecuencia, no un parche.
Una buena estrategia de branding entiende que la estética debe servir a una narrativa, no liderarla. Porque si tu identidad visual está diciendo una cosa y tu contenido otra, la incongruencia se siente.
Y nada mata más rápido una marca que parecer inauténtica.
Hay un fenómeno curioso (y bastante común): marcas con estética impecable que nadie recuerda. Están por todas partes, son visualmente atractivas, pero… ¿qué ofrecen? ¿qué defienden? ¿qué historia cuentan?
Si la estética es lo único que destaca, el mensaje probablemente no está claro.
Y si el mensaje no está claro, la estrategia está cojeando.
A veces, detrás de una estética muy cuidada hay miedo a mostrar lo real. O una falta de dirección que se intenta disimular con diseño.
Es como ponerle luces LED a una bicicleta sin ruedas: llamativa, sí. Funcional, no tanto.
Piensa en tu marca como un viaje.
La estrategia es el mapa que define hacia dónde vas, por qué y con quién.
La estética es el auto que usas para recorrer ese camino.
Podrías tener el vehículo más lindo, pero si no tienes un rumbo claro, lo único que lograrás es dar vueltas en círculos con estilo.
Una marca estratégica sabe priorizar. Y la prioridad siempre debe ser el sentido. Lo que viene después —cómo se ve, cómo se escucha, cómo se viste— puede y debe responder a eso.
El problema no es tener una marca bonita. El problema es que eso sea todo lo que tienes.
Cuando lo estético responde a una narrativa, a un tono, a una personalidad bien definida, se convierte en una poderosa aliada. Te vuelve reconocible, confiable, coherente. Ayuda a que la experiencia sea clara y memorable.
Pero si se usa solo como disfraz para parecer algo que no eres, entonces no estás haciendo branding: estás actuando.