Hay una verdad incómoda que nadie te dice cuando empiezas a construir tu marca: a casi nadie le importa tu currículum. Duro, pero real. Las personas no conectan con los títulos que tienes, sino con las historias que cuentas. Con lo que te pasó. Con cómo lo atravesaste. Con lo que eso significa hoy para ti.
Nos enseñaron a presentarnos con logros, años de experiencia, diplomas, palabras que suenan importantes y frases hechas como “soy una persona comprometida, creativa y con facilidad para trabajar bajo presión” (que en realidad debería decir “he normalizado estar al borde del colapso”). Pero la verdad es que esos datos no tocan. No transforman. No generan confianza. Solo informan, y eso cuando se leen completos… cosa que rara vez sucede.
Una marca personal sólida no se construye con la misma estructura de un CV. Se construye con relato. Con voz. Con humanidad. Con la capacidad de tomar tu camino –con todo lo accidentado que haya sido– y darle sentido. Eso es lo que abre puertas: no lo perfecta que pareces, sino lo honesta que eres al mostrarte.
Tu historia tiene un poder brutal, pero para que funcione como estrategia, tiene que ser contada con intención, no como desahogo emocional. No se trata de publicar tu diario, se trata de elegir conscientemente qué fragmentos de tu historia activan empatía, resonancia, identificación. Y desde ahí, construir tu narrativa de marca.
La gente quiere saber por qué haces lo que haces. Quiere entender qué experiencia te llevó a elegir ese camino. Quiere conocer las preguntas que te han sacudido, no solo los diplomas que has colgado. Y lo mejor es que no necesitas tener una “gran historia” para que funcione. No hace falta haber escalado el Everest ni haberte reinventado tres veces después de una tragedia. Lo que hace única tu historia es cómo la habitas, no cuán cinematográfica sea.
Eso sí: contar tu historia no significa contarla toda. Significa saber cuál parte conecta con el mensaje que quieres transmitir hoy. Es una curaduría emocional. Una edición consciente. Porque si bien lo íntimo conecta, lo innecesariamente expuesto abruma. Y aquí entra el arte: revelar sin desbordar, emocionar sin manipular, compartir sin volverte la protagonista eterna de tu contenido.
Una narrativa personal bien construida te posiciona sin necesidad de venderte. Te vuelve coherente, reconocible, recordable. Y eso vale más que cualquier lista de logros. Porque al final, las personas no compran productos ni servicios. Compran confianza. Y la confianza se cultiva cuando sientes que conoces al otro. Que su historia te hace sentido. Que podrías tomarte un café con ella y hablar de la vida, no solo del brief.
En resumen: deja que tu historia trabaje por ti. No como un monumento al ego, sino como una forma honesta de mostrar por qué haces lo que haces. Si tienes una historia, ya tienes una marca. Solo necesitas contarla desde la verdad, no desde la pose.
Y si alguien te pregunta por qué no estás enumerando todos tus títulos… puedes decirle que tu valor no cabe en bullets.