Penélope Haro > Bitácora > El espíritu > Lo que nos hace falta
  • penelope@ochomarketing.mx
  • El espíritu
  • No hay comentarios

Inicio en blanco pero con la certeza de que algo tengo que decir. ¿Qué? Del contenido estoy segura, de su estructura no tanto.

Todo empieza con un cuarto oscuro y una puerta que promete algo interesante…

Con todos los pesares que esta pandemia ha traído a nuestro existir, no puedo dejar de ver cierto halo de belleza. Desde mi día a día, puedo asegurar que si bien nos hemos alejado en lo físico, creo que nos hemos acercado en lo personal.

Cada día aproximadamente 45 alumnos me abren una ventana a su casa, puedo ver qué decoración hay, cuántas mascotas tienen, me toca incluso invitar a padres metiches y a hermanas peleoneras a la clase. También tengo a una bebé de escasos meses asistiendo a clase junto con su mamá, una niña brillante ¡Caray! Tomando clases universitarias desde sus primeras semanas de vida. ¡Prepárate Harvard!

He podido conocer con más lujo de detalle cosas sobre cada uno de los que me acompañan en sesión. Ahora sé más que antes sobre sus gustos, intereses y en algunos casos hasta vivencias personales. Esto para mí ha enriquecido la charla aún con la distancia. Definitivamente no es lo mismo, no, es diferente. Creo que lo diferente también puede abrazarse.

Con mis clientes también hay otro tipo de enfoque, puedes ver quién pone un fondo de pantalla y quién no (que por supuesto también nos cuenta una historia el fondo que escogen). Hay momentos cercanos y luego enfoque laboral. Hay perros ladrando, hijos gritando, camiones de la basura pasando. Hay VIDA detrás. No nos encontramos con personajes acartonados, nos topamos con la gente como es en realidad la mayor parte del tiempo. Claro, exceptuando la ropa de casa, ahí estoy segura que pretendemos un poco quizá. A menos que sea la única que se arregla de la cintura para arriba y de la cintura para abajo trae pants y pantuflas. No lo sé.

Durante los últimos 10 meses…

En esta nueva cercanía que he podido vivir, en lo personal he tenido que romper un paradigma o dos, por supuesto. También me he visto obligada a reflexionar sobre otras tantas cosas más y he caído en la cuenta de que vivimos con algo similar al “Síndrome de Estocolmo”. Enamorados e idealizando al perpretador. ¿Quién es el perpetrador? Nuestra cultura, los vicios de la misma. La cultura del deber ser y de guardar silencio. Hemos vivido por años inmersos en una sinergia que es muy difícil de parar (incluso la defendemos), pero ahora que nos han parado y nos han metido a nuestras casas, quizá este virus que empieza con Corona algo venga a sanar.

La paradoja del nombre del bicho es peculiar, pues aunque es algo que ataca el sistema inmune, es nombrado como algo que atavía la cabeza de la realeza. Sí, algo que va en la cabeza. Veo que ha habido un levantamiento de ideas y manifestaciones que antes por temor, por costumbre o por el “Síndrome de Estocolmo”, no se veían. Sí, las ideas se originan en la cabeza.

¿Sabes qué más hay en la cabeza? Neuronas… unas muy particulares que se llaman: neuronas espejo, que son aquellas que nos hacen reaccionar ante el dolor ajeno, pues nuestro cerebro lo capta como propio y por eso queremos que pare. Así es como somos capaces de sentir simpatía; que se confunde seguido con la empatía.

La empatía por otro lado es la capacidad de ver la vivencia y experiencia del otro, ponerse sus zapatos y caminar el camino que ha caminado, esto sin que nos afecte de forma directa. Es un entendimiento profundo de lo que el otro experimenta. Vaya, yo no necesito tener hijos para sentir empatía por quienes sí los tienen. No necesito ser un perro para empatizar con él y desear evitar su sufrimiento. Se trata de generar una conexión con otro que no eres tú.

Lo que me parece una verdadera pandemia es la falta de empatía que hay en nuestro entorno. ¿En qué aspecto? ¡Escoge!

Covid, clasismo, razas, orientación sexual, pensamiento, religión, escolaridad, decisiones, intereses, etc.

Usualmente nos quedamos en la superficie de las relaciones humanas porque es más seguro así, pero las relaciones profundas son las que sanan, las que te avivan, las que te inspiran. La profundidad construye. ¿No me crees? Compra una casa sin cimientos y platícame cómo te va.

¿Qué hay en la profundidad?

Libertad de ser tú mismo, de saberte libre de juicio. Entendimiento y contención. Una conexión significativa. Puedo garantizarte que no hay nada más liberador y maravilloso que poder hablar sin que se te juzgue. Se necesita ir profundo para construir esa intimidad. ¿Con quién? ¡Con quien se deje! Amigos, pareja, familia. Donde uno puede ser uno mismo, ahí es. Lo demás es colaboración mutua.

La empatía construye, la empatía observa, escucha, da abrazo o espacio según se requiera.

En los últimos 10 meses he podido ver nacer más empatía en mis círculos cercanos, he visto transformarse a una importante cantidad de personas a raíz del “quédate en casa”, aún cuando no lo cumplan al 100%, este espacio ha dado lugar a cambios importantes. Eso me genera mucho gusto y esperanza de que pueda crecer aún más. He visto ejemplos de valor inconmensurable, he visto crecimiento en la auto-confianza, en el reconocimiento del valor propio. He escuchado la voz de quienes la alzaron debido a una injusticia. He visto quienes han cuestionado sus creencias de vida y las han desafiado.

Lo que he visto ha sido maravilloso. Sin embargo aun nos falta empatizar, confiar en nosotros mismos y en los demás, no podemos ir por la vida con miedo pues eso sería una vida a medio vivir. Confiemos en que si pedimos ayuda, la ayuda llegará. Confiemos en que si proponemos una idea, el apoyo vendrá. Confiemos en que somos creadores de nuestro destino.

Creo que se trata de confiar en el proceso y de crearlo nosotros a la vez.

¿Qué hay detrás de la puerta?

EMPATÍA, es lo que creo que nos hace falta verdaderamente. La empatía es amor diría mi amiga Raquel.

¿Por dónde empezar? Presta tu oído a quien lo necesite, puedes hacer una inesperada demostración de cariño, confía…

Ninguna persona es una isla, todos necesitamos una red de apoyo. Puertos de confianza por lo menos. Construyendo relaciones verdaderas y profundas podemos mover al mundo, de eso estoy segura.

Tú que me lees, estas palabras fueron para ti, si lo necesitas, aquí estoy.

 

SÍNDROME DE ESTOCOLMO:

Una reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro o retención en contra de su voluntad desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo​ con su captor. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia de violencia como un acto de humanidad por parte del agresor.